Rocío del Mar
Hace poco tiempo comenzó a trabajar en mi oficina una recepcionista bastante atractiva, llamada Cristina. Y no tan sólo era bastante atractiva, sino que, como solía decir un amigo mío, “exhibía muy bien su mercancía”. Es decir, usaba minifaldas y cruzaba las piernas de una forma tan desordenada que a uno le preocupaba que algún día fuera a romperse algo.
Para completar la trifecta, era simpática y coquetona: del tipo de mujer que le ríe los chistes mongos a uno.
Dicho todo esto, cabría pensar que en una oficina como en la que trabajo, donde la proporción hombre-mujer debe ser algo así como 14 a 1, habría que hacer fila durante una semana por un turno para invitar a salir a Cristina, aunque sólo fuera al ‘happy hour’ en la barra de la esquina. Pero no era así. Aunque chisteaban con ella y la bombardeaban de piropos, estaba bien enterado de que ni siquiera los tenorios más notorios le hacían ese ‘approach’ nada reprochable. Ni siquiera los casados, que suelen ser los más agresivos.
Una tarde, mientras cogía mi habitual ‘break’ de hora y media junto a la fuente de agua, a uno de los principales chismosos de la oficina le pregunté intrigado si acaso Cristina tenía mal aliento o estaba rabiosamente enamorada de algún novio o marido.
“Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”, me dijo el chismoso, que le gustaba imitar a Cantinflas. “Es que la tipa es demasiado llamativa. Imagínate que uno se enchule y después tenga que soportar que todo el que entre por esa puerta día tras día se aprenda de memoria la marca de los ‘panties’ que usa ella”.
Al oír eso, se me prendió una bombillita en la región más tenebrosa del interior del cerebro. Me dije: ‘Por suerte no soy celoso’ y me zumbé al ataque como en mis mejores tiempos.
Par de horas más tarde, acaparaba por completo la efusiva conversación de Cristina en el ‘sports bar’ de la esquina. Así me enteré de que el actor colombiano que trabajaba en “Pedro el Escamoso” estaba actuando ahora en la telenovela del Canal 2; de que fue sumamente exitosa la operación de cambio de sexo de Verona y, también, que parece que están buscando otra reportera para “Dando Candela”.
Par de cervezas más tarde, Cristina me confesaba con gran pesar que había ido a ver dos veces “Avatar” y que todavía no acababa de entenderla bien.
A la quinta cerveza, cuando me sentía más solo que nunca pese a estar acompañado, comencé a recordar un comentario que, hace muchos años, había hecho en plena clase un profesor de Humanidades en mi año de prepa en la UPR de Río Piedras, refiriéndose, según creo, a una vedette con fama de tener poco seso: “Y después del sexo, ¿de qué habla uno con una mujer así?”.
A lo que un amigo mío, compañero de clase, le contestó sin tapujos: “¿Y qué diablos importa?”.
Yo estaba descubriendo ahora, de hecho, que Cristina era una mujer de ‘happy hour’, buena para pasar el rato y, aunque suene un poco feo, para muy poco más.
Pero nadie es perfecto, ¿no?